Desde la asamblea que le dio comienzo hasta su último día, la toma de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo contada desde adentro por uno de sus protagonistas
Texto: Lisandro Perrone
Fotografías: Mauricio Centurión
“¿Vos cursabas conmigo Tipografía, no? De ahí te tenía. Sos el chico que escribe”. La charla se repite mil veces. Parecemos un grupito de personas que se despertaron en el mismo avión. Somos desconocides que se dirigen hacia la misma geografía por motivos inciertos. Suspendidos en el aire nos reconocemos las caras con ubicaciones vagas del orden de habernos visto de lejos en alguna materia hace mucho. Somos también eso, niñes con miopía. Veinte muchachites que nos la pasábamos saludándonos de lejos sin conocer muy bien quién era aquel otre. La FADU te permite que deambules cinco años por sus entrañas sin advertir mucho de lo que ocurre a tu alrededor. Y esta historia se puede resumir en la simple acción de elevar la mirada y ver al otre mirándote.
La toma de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo es un hecho de múltiples lecturas. La primaria es aquella que la entiende como consecuencia directa del conflicto docente y presupuestario en el que nos puso el gobierno nacional. Somos personas comunes resistiendo el desguace de nuestra casa de estudios. Una segunda interpretación aparece ante ojos más atentos y conocedores de este ecosistema. La representación de nuestro Centro de Estudiantes (CEAD) nos resulta deficiente y por lo tanto, dispensable. Elegimos asumirla nosotres mismes, llamándonos Estudiantes Autoconvocades y utilizando el lenguaje inclusivo como la matriz de nuestro discurso. Nos ubicamos ontológicamente en la resistencia y hacemos de la confrontación un idioma cotidiano. Por último, existe un tercer significante solo perceptible para quienes nos encontramos en el interior de esta medida de protesta y que de algún modo actúa como el lazo que a todes nos reune: nos sentimos solos (y somos muchos). Nos agobia el mismo sentimiento de que acá dentro se nos escucha muy poco. Nos hallamos encerrados en una institución que nos forma como profesionales mientras ignora nuestras perspectivas hacia proceso de aprendizaje.
Agus estudia Diseño Industrial y tiene un emprendimiento de cuadernos artesanales. Ella estaba el martes 28 en la asamblea donde se decidió todo. Recuerda excitada la imagen de un compañero de un metro ochenta levantando aun más alto su bolsa de dormir con las manos. “¡Hay que tomarla ahora!”, gritaba mientras Franco repetía el mismo lema desde el otro lado de la multitud. La moción tomó forma en seguida y ganó por una mayoría amplia. Solo había una persona del Centro de Estudiantes en esa asamblea, tipeando intensamente información en su celular. Esa noche se quedaron a dormir 150 estudiantes, muchos frente a la ventanita del CEAD. Por suerte no hizo tanto frío. Para la cena hubo guiso de arroz. En el último día de la toma Lilen leerá este párrafo y dirá que no puede creer que hayan pasado tantos días.
Me acuerdo de una profesora que insistía con la idea de que generar identidad política tiene mucho que ver con reconocerse en la otredad ideológica. Se trata de poder decirse a une misme: yo soy lo contrario de aquelles que promulgan el discurso aquel. Rechazo esta agrupación porque no me representa. Me defiendo de quienes defienden al gobierno que no me defiende. Para Bonavena, el boxeador de Huracán, un contrincante no era más que la persona que quiere quitarle el pan de la boca a tus hijos. Yo, en la desesperación de escuchar el silencio de quienes callan ante el desmantelamiento del hogar que me enseña, me hallo en la disidencia junto a desconocides que también se guarecen en los dominios incómodos de la no conformidad.
Autoconvocades es un grupo sumamente heterogéneo. Hay una chica de la juventud radical y un pibe que dice que es stalinista. Hay un muchacho que nunca hizo nada por esta institución y otra que un par de veces se puso la remera de una agrupación que ahora critica. Sin embargo esta diferencia de relieves empíricos es pronto atropellada por al paso apurado del consenso grupal. El discurso es unitario y se lo construye votando todos los días. No importa de donde provengas mientras te impulse la disidencia. Los colores de nuestros estandartes preexistentes se lavan en la política universitaria de la Franja Morada que actúa como lavandina sobre la tela de colores y su olor impregna la parte de la casa donde estoy reposando. De repente nos encontramos todes en la misma habitación y lo que hay detrás de las puertas nos aterra. El aroma del aire a la altura de la mesa nos hace levantarnos sobre las sillas y ahora vemos todo desde arriba.
Dani se cuelga mirando una cacerola gigante llena de guiso. Piensa en ella como la olla popular que le hace frente a la crisis. La comisión de cocina la ignora mientras mete un sinfín de ingredientes en su interior. No son los únicos ocupados. Afuera está la comisión de seguridad revisando una puerta que no cierra y las chicas de difusión deambulan encadenadas a sus celulares. Les de limpieza descansan porque su tarea pesada viene luego de comer y las de cultura se cruzan a Humanidades a confirmar el cronograma del día siguiente. Les fotógrafes tienen cara de sufrir más que cualquiera. Se lamentan detrás de sus notebooks mientras editan: “Tengo que seleccionar 10 fotos de más de mil que saqué, y todas tienen momentos hermosos” dice Lilen. Todes cada tanto miran de reojo la cocina y calculan mentalmente cuánto falta para comer. Nunca nadie está quieto acá dentro. La toma siempre está generando contenido, incluso a la madrugada. Como si de eso dependiera su supervivencia. La producción es el pulso de nuestro hábitat.
“Si van a hacer política en la universidad vayan a estudiar sociología”. La autora de esta frase es una chica muy avanzada de Arquitectura. Lo dijo frente a todes en una asamblea pero almomento de votar ya no estaba. Un par de fantasmas aparecen a aplaudirla en su gesto cansado de “respetando todas las voces”. Imagino que a ellos les sirve mucho que existan personas con ese pensamiento. Los imagino reconociendo la paradoja de hacer política capitalizando a quienes huyen de ella, y sintiéndose muy necesarios al respecto. Asumen con cinismo la tarea de ser sus interlocutores. Ser voceros tímidos del ajuste nunca pareció molestarles ¿por qué les molestaría ahora? En esa misma asamblea ellos confiesan estar más preocupades que todos y tener mejores ideas sobre dónde debería suceder el reclamo.
Asistir a la universidad pública es un hecho de profunda connotación cívica. En ese acto asumimos la responsabilidad que conlleva el rol de ser educados en la órbita del Estado.También existe el deber de reconocer el privilegio en el que estamos inmersos. Y de reconocer a los agentes sociales que existen fuera de este beneficio. Ignorar estas cuestiones es ser, por lo menos, une irresponsable. En eso también podríamos decir que nos encontramos acá, al menos buena parte de nosotres. En la inacción arrastrada a lo largo de nuestra carrera.La culpa del no haber hecho nada hasta ahora. La responsabilidad històrica de entrar miles de veces por esas puertas sin jamás haber invertido nada de tiempo en ensancharlas. Otres están exonerades: el estalinista o la que pasó por Franja al menos lo intentaron. Y ahora ven un movimiento temprano caminando tras de ellos y sonríen. El futuro se abre delante de ellos porque ellos intentaron varias formar de abrirlo.
“Hace dos años estábamos tratando de armar una agrupación entre cuatro para hacerle frente a Franja. Hoy estamos haciendo un asado en el patio. Yo pensé que estábamos lejos de habitar el espacio con estas maneras”. Matías no está mintiendo. Yo me acuerdo de la convocatoria frustrada de aquellas elecciones. Me acuerdo de mí ignorando el volante que me entregaba en la mano. Saludando apresurado para entrar a cursar. Ahora Matías atiza con orgullo las brasas de lo que fue un pallet. Su fuego cocina unas hamburguesas en un patio lateral de la Ciudad Universitaria. En el humo nos vemos elevarnos hacia el aire. No muchas horas antes, a un grupito valiente se le ocurrió que no nos podíamos ir sin haber hecho nada en la parrilla. Era casi la hora de comer y se encomendaron en larga marcha hasta ese supermercado enorme que queda a la vera de la ruta y que está abierto hasta bien tarde. Volvieron al rato, triunfantes con carne congelada abajo de los brazos. Esa noche comimos bien pasada las 12. Iluminados por el fuego de Matías.
La vida acá está llena de rituales. Música fuerte a la hora de levantarse, limpieza de platos descartables después de comer. Alguien pierde algo y otre lo encuentra. Alguien pide glitter y otre se lo coloca. Los brillitos de colores que caen de nuestras caras iluminan la escalera por las noches. Al principio es fácil confundir todas esas imágenes con la rigurosidad que implica sostener un campamento. Hacia las últimas horas de la toma yo las entiendo como caricias que nos damos entre todes. Alguien se despierta y prepara dos cafés. Uno para sí misme y el otro para quien lo encuentre, no importa. La lucha prolongada demanda esos pequeños gestos de amor. Construir un hogar es también dispensar afecto para quienes viven dentro. Todo el tiempo que estoy acá veo en loop la misma escena: alguien necesita ayuda con algo, la pide y siempre alguien contesta. Siempre. Vemos en le compañere una brújula ante la neblina de la resistencia. Vemos en la disidencia un hogar.
Tomás es uno de los últimos en llegar. Lo hice recien el viernes y la toma ya posee una organización bastante lubricada. Van por la cuarta noche y las comisiones (limpieza, redacción, cocina, comunicación) funcionan a pleno. Sin saber muy bien en qué ayudar, Tomás da un paseo por su facultad y admira los cartelitos. Es tarde. Cuando encara la escalera para volver se le aparece un fantasma saliendo de un aula. Tomás lo reconoce sin decir nada y este enseguida vuelve al aula en el segundo en que se da cuenta de que lo están mirando. Al llegar a la planta baja, Tomás se lo comenta a un compañero y este responde diciendo que las paredes escuchan y tienen fantasmas durmiendo dentro. Tomás esa noche se queda.
Existir acá dentro nos obliga a saber quiénes nos quieren fuera y a anticipar sus acciones. Sabemos que nuestra existencia molesta. Somos desconfiados y exagerados como en la novela de Dal Masseto. Una mirada poco simpática nos altera. Uno que pasa cerca nos pone paranóicos y hace que bajemos el volumen de la voz y la música. Somos un agente extraño al que este organismo gigante busca expulsar de muchas formas. Y entre todes nos comportamos cuidadoses de la espalda de la persona de al lado. Decidimos y votamos, todos los días, buscando que este esfuerzo sobreviva para ver un nuevo amanecer. Y aun así llega rápido el día en que vuelve abrir la ventanita del CEAD y aunque las voces detractores lo contradigan, las clases nunca se detienen. La toma se acomoda en las entrañas de la FADU y florece. Ganamos terreno en la búsqueda de pertenencia. Nos abismamos para hacer nido en la caída.
Unos chiques se escapan a la ciudad en busca de birra. La toma es abstemia de sustancias para prevenir excesos y recordar que no se trata de un día de campo. Todes respetan esa condición sin excepciones. Ahora les fugitives se beben unas pintas en el primer bar que encuentran. Sus cabezas se elevan en el aire en señal de alivio y congoja. Hablan de nimiedades pero en su gesto se adivina algo más trascendente. La toma ya lleva diez noches y se acerca a su final, como una pinta que estaba muy rica. Por un costado pasa un grupito con pañuelos rojos que dicen “Educación pública siempre”, el slogan tibio de los fantasmas. Lo chiques ríen y brindan contentos porque ven en ese pañuelo una reacción torpe de sus opositores. Una pista de estar por la senda de quienes hacen las cosas bien. Discuten sobre el futuro de cada uno y qué harán después de que todo pase. La noche está hermosa y el vientito les desacomoda el flequillo a cada une.
“La toma te persigue desde un auto con las luces apagadas” concidíamos con una compañera. La ves estacionado en frente cuando entrás al trabajo. Reflejado en el escaparate de la tienda a la que entraste con tu madre o dentro de los ojos de tu perro. Si no estás en la toma es muy probable que sueñes con ella. El cuerpo en algún momento va a exigirte que regreses o que te dispongas a sentirte incompleto hasta que lo hagas. Abrís el instagram y aparecen tus compañeres haciendo cosas en la facu y te deseas dentro de esa pantallita con ellos. Salís a tomarte una cerveza y hablás de lo que estabas haciendo antes y sobre lo que vayas a hacer después. Siempre volvemos a contar cómo se sintió cada une en esa asamblea que votamos y ganamos. La del jueves, la que nos legitimó.
La asamblea del jueves fue un momento bisagra para la vida adulta de esta protesta. Lo sentimos palpitarse y temimos por su muerte. Algunes, les más inteligentes, ya planeaban los detalles de su entierro, que debía ser con gracia y honores. Lleno de flores y vacío de espectros. El futuro nos deparaba ese duelo y solo restaba elegir cómo acomodar el cuerpo para recibir el impacto. Fue como mirar una final del mundo pero de cuatro horas ininterrumpidas. Al final, cuando ya todo estaba bien, las marcas de los golpes nos empezaron a doler y nunca pararon.
Estamos en éxtasis, que lejos parecieron quedar esas carrerras cada vez más construidas alrededor del yo: mi maqueta, mi render, mi lámina, mi regla curvilinea. Invertir en lo colectivo es de pronto como entrar en la pubertad. Sentimos que nuestra voz cambia y de ella salen reflexiones inéditas. La estrategia sobrepasa a la mezquindad y de repente nos vemos respirando desde y para la toma. Cada paso que damos recorriendo el octógono cobra funcionalidad. Nunca nadie no está haciendo algo útil o yendo a hacerlo. La presunción de que existe gente que hace lo mismo buscando levantarnos es una paranoia justificada. Pienso en las venas del cuello de esta lucha porque sé que se ha puesto precio a su cabeza. Y a las nuestras.
El otro Mati me dice que se sentía como un adolescente. Estamos acostados en la puerta de Decanato mirando una peli en un proyector portátil que nos prestó un profesor. El volumen está altísimo pero nadie mira y casi todos duermen. Mati me dice que cuando ganamos la moción de no levantar la toma, él se acordó de su equipo fueguino de hockey ganando un torneo. Y yo le confesaba haber sentido algo parecido y le hablaba de los penales contra Holanda. La alegría implosionando nuestros cuerpos. Según lo pactado en otra asamblea, estamos en la penúltima noche de toma y la peli, más que peli es una luz de noche para unes niñes que no saben qué les deparan los días y meses venideros. A dónde se encontrarán todes ahora.
Volvemos mentalmente a la asamblea del jueves, una y otra vez. En ella estábamos todes abrazados levantando las manos para sobrevivir al fin de semana. Cubiertes de glitter poníamos en el aire nuestra demanda y nos unìamos en una solo grito. De repente mutamos en un monstruo enorme formado por un montón de personas que se movían juntas para que la criatura grite y camine. Nos descorporalizamos para ser una bestia que defiende lo público y se planta ante la tiranía de quien capitaliza la universidad para perpetrar su despotismo. Y ahora el gigante descansa en la puerta de la FADU mientras nosotres mudamos las pertenencias que nos sostuvieron estos 13 días. ¿a dónde iremos a conciliar el sueño ahora que ya no dormimos en la puerta de Decanato?
“Nada se termina”. Una compañera habla de un proceso irreversible que ha comenzado y respira a través del cuerpo de cada une. Miramos el edificio de la Ciudad Universitaria y lo vemos enorme y pequeño al mismo tiempo. Ya no creemos que vaya a caber cómoda la defensa del ajuste o el no hacer nada frente quienes lo defienden. Si hay espacio para sacar las cátedras del aula y hacer clases abiertas. Si hay espacio en la pared para otro cartel que demande el cambio inmediato. La toma no se levanta porque ya es inamovible. Yace rígida en la anatomía de este lugar. Y mientras tanto elegimos expandirla hacia el afuera porque ahí vemos el paso necesario para seguir solidarizándonos con les docentes y con nosotres mismes. El reclamo debe ser abrazado por la gente. La universidad le pertenece a elles.